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Ciudadano Inmortal. T.2. Episodio 24. Final de Temporada.





Les comparto el enlace al episodio:


Platón retoma el tema de la poseía, de los poetas trágicos y reitera su expulsión de la República, porque en realidad son imitadores de lo real, son apariencias. El mundo de las ideas, del cual platicamos en el capítulo sobre la caverna, se encuentra en la mente de Dios. Por eso el mundo físico, corpóreo es imitación del verdadero. Para Platón vivimos en una simulación. El artista en última instancia es un imitador.


Pues del mismo modo diremos, creo yo, que el poeta, sin saber otra cosa sino imitar, colorea, él también, sólo que por medio de palabras y frases, los objetos de las diversas artes con coloración propia de cada una, de modo tal que las gentes como él, que no ven las cosas sino a través de las palabras, creen que se expresa muy pertinentemente cuando habla, con medida, ritmo y armonía, ya sea de zapatería, ya de estrategia o de cualquier otro tema: tan grande es el encanto natural que hay en estos artificios. Pero si despojamos las obras poéticas de su musicalidad y colorido y las dejamos reducidas a su simple expresión, creo que sabes bien la figura que hacen: or ti mismo lo habrás observado alguna vez. ¿No es verdad que se parecen, pregunté, a esos rostros jóvenes pero sin belleza, que no ofrecen ya el mismo aspecto cuando les pasa la flor de la edad?(601a-b).


Platón a partir de su reflexión sobre la imitación, analizará dos partes del hombre, una racional, que obedece la ley y la irracional, basada en la apariencia y en cierta medida en la imitación.


Sería ésta, dijo, la manera más acertada de enfrentarse con la fortuna.
Por consiguiente, decimos, es la mejor parte de nosotros la que consiente en seguir los preceptos de la razón.
Evidente.
Mientras la que nos lleva a estar rememorando nuestra desgracia y a estar lamentándonos insaciablemente, diremos que es la parte irracional, indolente y adicta a la cobardía.
Así lo diremos.
Ahora bien, lo que se presta a imitaciones múltiples y variadas es el elemento irritable, en tanto que el carácter reflexivo, tranquilo, igual siempre a sí mismo, no es fácil de imitar ni, dado que se le limite, fácil de comprender, sobretodo para el público de fiestas y para hombres de todas condiciones reunidos en el teatro. La imitación, en este caso, lo es de sentimientos que les son extraños (604d-e).


Y líneas adelante añadirá:


Razón tenemos, por tanto, en censurarle y ponerle en parangón con el pintor, ya que, en efecto, se le asemeja en la producción de obras de escaso valor cuando se le compara con la verdad, y también se le asemeja porque su trato lo tiene no con la parte mejor del alma, sino con aquella otra que asimismo vale bien poco. Y así, estuvimos en lo justo al no recibirle en la ciudadque ha de regirse por buenas leyes, por ser él quien despierta, nutre y fortifica aquel elemento del alma, y al proceder así destruye el principio racional, no de otro modo que el traidor a su ciudad, al dar en ésta el poder a los malhechores y suprimir a los hombres de bien. De la propia suerte, diremos, implanta el mal gobierno en la propia suerte, diremos, implanta el mal gobierno en la propia alma de cada uno, complaciendo a la parte irracional, que no es capaz de distinguir lo grande de lo pequeño, sino que tiene las mismas cosas ya por grandes, ya por pequeñas, forjándose así meras apariencias alejadas por completo de la verdad (605a-c).


La poesía al ser imitación, corrompe a los hombres, incluso a los hombres de bien. Esta es la preocupación principal por parte de nuestro filósofo de los peligros de ese arte. Hay un desorden en las emociones, un cierto descontrol por así decirlo, la parte racional del alma pierde el control y mesura cuando contempla los espectáculos poéticos/ trágicos:


Pues en lo que concierne a los placeres del amor, a la cólera y a todas las pasiones del ala, ya penosas, ya placenteras, y que acompañan, según decimos, a cada uno de nuestros actos, ¿no produce en nosotros los mismos efectos la imitación poética? Riega y nutre, en efecto, todo esto que era menester dejar seco, y erige en gobernante de nosotros lo que había de ser gobernado para hacernos mejores y más felices y no peores y más miserables (606d).


Sentado esto, Platón en boca de Sócrates, va a examinar los beneficios de seguir el camino de la justicia, el camino de la virtud. Para ello, se va a encaminar en dar pruebas de la inmortalidad del alma. Estas pruebas son distintas de las que da en el diálogo del Fedón. Les recomiendo leer también ese diálogo para encontrar argumentos más sólidos que los dados en el libro X.


Platón va a explicar la inmortalidad, mediante la idea de bien y mal. Como explica Gómez Robledo, si el alma pereciera con el cuerpo enfermo; también un cuerpo sano moriría, a causa de un alma corrupta. Pero ni el cuerpo ni el alma mueren por algo ajeno a ellos; sino por poseer el principio de corrupción en sí mismos, si es que eso pasa en el alma. Platón dirá:


¡Y qué¡ continue: ¿No hay en el alma algo que la vuelve mala?
Desde luego que sí, respondió; todo lo que hace poco mencionábamos: la injusticia, la incontinencia, la cobardía y la ignorancia.
¿Pero alguno de estos vicios la disuelve y destruye? Y considera que no caemos en el error de pensar qu el hombre injusto e insensato, cuando se le sorprende en la comisión de un delito, perece entonces por el efecto de la injusticia, que es el vicio de su alma. Por el contrario, he aquí cómo debe mirarse la cosa. Del mismo modo que la enfermedad, que es el vicio del cuerpo, lo mina, lo destruye y lo reduce a no ser ni siquiera cuerpo, así también todas las demás cosas de que hablábamos, por causa de su malignidad peculiar que la ataca, se asienta en ellas y las corrompe, llegan finalmente al no ser. ¿O no es así?
Sí.
Adelante, pues, y aplica el mismo método en el caso del alma. La injusticia que hay en ella y los demás vicios, una vez que en ella se implantan y se le adhieren, ¿por ventura la corrompen y extenúan, hasta el punto de llevarla a la muerte y y separarla del cuerpo?
De ningún modo, dijo, puede ser esto.
Por otra parte, añadí, es ilógico suponer que una cosa pueda ser destruida por el mal que le es extraño, cuando no puede serlo por el propio (609b-d).


Por eso la justicia, se vuelve el mayor bien del alma, el bien supremo. Debe practicarla, ya sea visto o no. Está en la esencia del alma, hacer el bien, ser justa, porque recordemos que la justicia es hacer lo que le corresponde sin entrometerse en asuntos ajenos. La injusticia es ajena al alma. Por eso debe desterrarse de ella la injusticia.


De este modo, proseguí, hemos resuelto las dificultades suscitadas en la discusión, sin traer a cuento las recompensas de la justicia y la reputación consiguiente, como, a lo que vosotros decís, lo hicieron Hesíodo y Homero. Por nuestra parte hemos encontrado que, por sí misma, y para el alma en sí misma, la justicia es el bien supremo, y que el alma debe practicar la justicia, tenga o no tenga en su poder el anillo de Giges, y con él, además, el yelmo de Hades (612a).

Y añade que el hombre justo se gana la amistad de los dioses:


Del varón justo, por lo mismo, hay que presuponer que aunque caiga en la pobreza o en la enfermedad o en algún otro de los que parecen males, todo redundará para él a la postre en bien, ya durante su vida, ya después de su muerte. De los dioses por lo menos no será olvidado jamás todo aquel cuyo empeño ha sido el de hacerse justo y asemejarse a Dios, mediante la práctica de la virtud, hasta donde sea posible para un hombre (613a-b).


Para explicar el castigo o el premio de las almas justas e injustas después de la muerte, Platón se vale del mito de Er. Er fue un hombre de Panfilia, que muere y justo antes de ser quemado su cuerpo, regresa para contar lo qué pasó en el más allá:


Y, en efecto, vio cómo por una de las aberturas del cielo y por otra de la tierra, se marchaban las almas después de juzgadas; y cómo, por una de las otras dos, emergían de la tierra almas extenuadas y polvorientas, mientras que por la restante bajaban del cielo las almas puras. Y al ir llegando incesantemente, parecía como si vinieran de un largo viaje, y ganaban regocijadamente la pradera para acamapr en ella, como en los festivales. Todas las que se conocían se saludadban entre sí, y las que venían de la tierra se informaban de las demás sobre las cosas de arriba, y las que venían del cielo, a su vez, sobre las cosas de las primeras; y se hacían mutuamente sus relatos, las unas gimiendo y llorando al recordar sus muchos y variados padecimientos y visiones en su viaje milenario bajo la tierra, en tanto que las otras, , las que venían del cielo, relataban su bienaventuranza y sus contemplaciones de belleza indescriptble. Referirl todo, Glaucón, sería csa de mucho tiempo; pero lo principal, según nuestro narraador, era lo siguiente.
Cualquiera que hubiese sido el número de las injusticias perpetradas y el de las personas oendidas, cada alma sufríae castigo por todas ellas, una por una y diez veces por cada una, y cada vez durante cien años, por ser ésta la duración de la vida humana, a fin de que pgasen duplicada la pena de cada delito (614d-615b).


Con este mito Platón termina su diálogo sobre la República y por qué el hombre injusto no puede ser feliz ni en esta vida ni en la otra.

BIBLIOGRAFÍA.


La República. (Trad. A. Gómez Robledo). Bibliotheca Scriptorum Graecorum Et Romanorum Mexicana. UNAM.




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